LOS MANISEROS
En
las plazas siempre se encontraba un tanque de tostado negro a carbón o gas
decorado para simular las formas de una locomotora a vapor, donde se colocaba
maní natural y se lo tostaba. Por unas pocas monedas uno recibía un cono de
papel lleno hasta desbordar con maní tostado y con su cáscara. Una golosina
sana y natural que en las tardes de fresco ayudaba a calentar las manos.
Cuando
llegaron los inmigrantes europeos traían consigo muchas costumbres de venta
callejera, por ejemplo los italianos y españoles acostumbraban vender castañas
asadas en una lata circular (muy parecida a una pizzera) sobre un tacho con
leña que servía de calentador. Aquí se encontraron con el maní y tuvieron que
modificar la forma de venderlo.
Algunos
tenían un cilindro colgando con una correa y usaban para medir su venta, una
lata pequeña de conserva de tomates y agregaban algunos maníes más con la mano,
todo despachado en un cucurucho de papel de diario.
Otros
maniseros que trabajaban en la zona mas paqueta de la ciudad, disponían de un
hornito más sofisticado que semejaba una vieja locomotora pintada en colores
vivos y echando humo por la chimenea, además de llevar la mayoría una corneta
colgada del cuello para anunciar su presencia.
Sus
clientes eran en su mayoría infantiles que a la salida del colegio o en las
plazas y también en las calesitas compraban el rico maní calentito.
A
“LOS MANISES CALIENTES” pregonaba el casi siempre viejo manisero italiano, que
agregaba la frase, a cinco centavos y con yapa.
Ofrecía,
además de los maníes tostados, pochoclos, manzanas recubiertas por caramelo,
garrapiñadas y otros golosinas.
Era
un vendedor emblemático de plazas y paseos porteños.
Alguno
de ellos, durante el verano, cambiaban el rubro a heladero.
Lindos
recuerdos de la infancia de un Buenos Aires del pasa
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