EL
DESHOLLINADOR
Oficios que ya casi no existen
El trabajo era bastante sucio, pese a la
elegancia vetusta de la vestimenta. Montados en sus bicicletas los
deshollinadores pedaleaban con una soga de cuarenta metros, un plomo, un
cepillo, una cadena y tres baquetas: una larga, una mediana y una corta, además
de un cepillito de cerda, de mano, de unos cuarenta centímetros de largo. Así
recorrían las calles camino a cumplir con sus tareas, que sin lugar a dudas
facilitaban el ingreso de Papá Noel por las chimeneas porteñas.
La revista semanal del diario "La Nación", del domingo 1° de
diciembre de 1929 ilustraba con dos fotografías la particular y pintoresca
apariencia de un deshollinador de Buenos Aires, trabajador cuya función básica
era la de limpiar la parte espesa del humo - el hollín - que se pega en las
chimeneas.
Cuenta el pintor Aldo Severi que en sus primeros años infantiles en el barrio
de La Boca, al inicio de los ´30, cada vez que aparecía el deshollinador por la
plaza Almirante Brown, con su galera y sus cepillos, asustado por esa silueta
negra de pies a cabeza que se desplazaba ágilmente en bicicleta, corría a
buscar refugio, junto a otros chicos, en su casa de Alvar Núñez 271.
Ya no está el deshollinador húngaro Nicolás Egresi, ni Ruperto Hammer, ni Juan
Katzenhofer "primer y único deshollinador práctico con diploma", ni
Juan Weber, ni Florencio Domínguez, tampoco Andrés Kramer, ni el francés
diplomado Rolando Mino, y la empresa "El Falucho" de Cayetano Raielo
ya no existe.
"Este oficio no está en extinción, sino que ya desapareció por
completo", decía el deshollinador Omar Bastilla durante un reportaje
publicado en un matutino en junio de 1999.
Esos señores con su cara tiznada de hollín, vestidos de negro, con levita y
galera, son actualmente figurita muy difícil dentro del paisaje porteño.
Bastilla, y Leopoldo Benegas son tal vez los dos únicos sobrevivientes.
Benegas, que antes de dedicarse a esta tarea fue piloto de planeadores y
fumigador, tiene una interesante cantidad de aparatos de alta presión con los que
suple a los tradicionales cepillos.
.."En este tipo de trabajo encontramos de todo -comenta nuestro
deshollinador- una vez apareció un cajoncito lleno de dólares, aunque bastante
chamuscados. En otra oportunidad fue un cofre con 120 gramos de oro. El que
limpia encuentra."
Por su parte, Bastilla cuenta que empezó por casualidad en este oficio hace ya
tres décadas.
Era técnico mecánico egresado del Otto Krause y tenía un negocio de motos, pero
a raíz de un accidente automovilístico, tuvo que cambiar de vida. Fue entonces
cuando su tío eslavo, Iwica Martincevich, lo invitó a integrarse a la empresa
"Deshollinadores Los Europeos", que había formado en los años 40
junto a un compatriota y a un alemán que habían llegado a esta tierra queriendo
dejar atrás los horrores de la guerra.
Bastilla no utilizó bicicleta, fue el primer deshollinador en moto. Por
entonces había calderas a leña, a carbón de coque y a petróleo crudo.
Rápidamente aprendió el oficio y comenzó a recorrer temerariamente los
conductos de venteo subterráneos, desapareciendo del mundo visible para
introducirse en otro tan mágico como lleno de hollín y de inesperadas
situaciones. Como aquella vez en que limpiaba una caldera y quedó atascado.
..."Me metí en un conducto para destapar un codo, entré muy justito.
Cuando quise salir no pude. Comencé a escuchar los ruidos que hacía el fogonero
al preparar fuego para echar a la caldera, fue entonces cuando empecé a gritar
y gritar. Me sacaron los bomberos."...
Cuenta la leyenda europea que ver un deshollinador durante la mañana trae
suerte, considerando su supuesta fobia a la luz del día. Por esta razón muchas
veces, queriendo quedarse con algún souvenir - amuleto, al deshollinador le
arrancaban algún botón de su levita del tipo jaquet, o un mechón de pelos de la
baqueta, porque como suelen justificar algunos "no hay suerte dada sino
arrancada".
Los pelos de la baqueta son alambres retorcidos hechos a mano por el propio
deshollinador, sacando esos pelos el cepillo se afloja, hasta que llega a
desarmarse totalmente.
Con el paso del tiempo, los cambios de hábitos y los adelantos tecnológicos, la
combustión producida por el carbón y el petróleo fue perdiendo espacio frente a
la producida por el gas, con un residuo de hollín - residuo graso de la combustión
- cada vez menor.
Los servicios que se hacían una vez al mes pasaron a ser anuales, o cada dos
años, según el tipo de quemador, lo que significó "la sentencia de muerte
del deshollinador".
La Guía Telefónica edición 2000/01, en sus Páginas Amarillas, incluye sólo dos
empresas de deshollinadores, la ya mencionada "Los Europeos", y
"Aquae".
La iconografía de este oficio ofrece varias fotografías y algunos notables
dibujos, como los de Pablo Fabisch y Huadi, entre otros.
Aquel que era el mago negro
en destapar chimeneas
de estos barcos de cemento
sin anclas y con veredas.
Emilio Breda. "El deshollinador".